Cine del oeste
Como su nombre indica, el western, o cine del Oeste, es el género cinematográfico que relata historias relacionadas con la conquista y colonización de los territorios occidentales de Estados Unidos. Una conquista que fue llevada a término a lo largo del siglo XIX por parte de inmigrantes europeos, que llegaban en caravanas para ocuparse en los tres principales negocios que brindaba esa franja continental: la agricultura, la ganadería y la minería aurífera. Enfrentados con los pueblos indígenas y con la delincuencia organizada, esos pioneros simbolizaron sus esperanzas de progreso y prosperidad en los justicieros ocasionales, convertidos en héroes gracias al folletín y a la novela por entregas. Esta vertiente literaria, heredera de la novela caballeresca, sirvió para exaltar las virtudes de pistoleros al servicio de la ley y de militares del cuerpo de caballería, pues ambas ocupaciones eran garantía de seguridad en un momento histórico sometido a muy violentas tensiones.
Si bien se considera dentro del género El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915), de D. W. Griffith, lo cierto es que la primera película del Oeste es Asalto y robo a un tren (The Great Train Robbery, 1903), de Edwin S. Porter, rodada en un tiempo en que lo narrado tenía su reflejo en las páginas de los diarios. Exaltando el proceso colonizador y sus enormes dificultades, James Cruze rodó La caravana de Oregón (The Covered Wagon, 1923) y John Ford dirigió El caballo de hierro (The Iron Horse, 1924). A este último cineasta, considerado uno de los directores más importantes de la historia del cine, se debe un western que resume todas las convenciones y recursos narrativos del género: La diligencia (Stagecoach, 1939) . Ford es asimismo responsable de una trilogía que retrataba la vertiente militar –no siempre honorable y épica- de las guerras entre la caballería y las fuerzas indígenas: Fort Apache (1947), La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949) y Río Grande (1950). Gracias a ese prolongado trabajo de Ford, su actor predilecto, John Wayne, pasó a convertirse en un icono viviente del género que comentamos.
Las décadas de los cuarenta y los cincuenta, animadas por la generalización en el uso del color y los grandes formatos, ofrecen un amplio número de obras maestras en lo que al cine del Oeste se refiere. En esta línea, conviene subrayar títulos como Incidente en Ox-Bow (The Ox-Bow Incident, 1943), de William A. Wellman, Sólo ante el peligro (High Noon, 1952), de Fred Zinnemann, Río de Sangre (The Big Sky, 1952), de Howard Hawks, Yuma (Run the Arrow, 1957), de Samuel Fuller, Horizontes lejanos (Bend of the River, 1952), de Anthony Mann, Raíces profundas (Shane, 1953) de George Stevens, Río Bravo (1959), de Hawks, y Los siete magníficos (The Magnificent Seven, 1960), de John Sturges.
La coyuntura socio-política de la década de los sesenta facilitó nuevas ofertas, acordes con el desencanto y el escepticismo propiciados por los acontecimientos de aquel momento histórico. Películas como Grupo salvaje (The Wild Bunch, 1969), de Sam Peckinpah, impregnadas de una violencia insólita, revisan el pasado con una amargura llena de connotaciones. Todo ello tiene que ver con un lento declive de la moda del western, convertido en un género que los directores frecuentaban en un grado decreciente.
No obstante, pese a que el cine del Oeste interesa cada vez menos al público, los creadores han insistido en la fórmula, actualizando sus tópicos y homenajeando a los artífices como Ford, Wellman y Hawks, capaces de llevar a la pantalla la épica colonizadora. De los filmes más recientes ocupados en este afán, sobresalen Forajidos de leyenda (The Long Riders,1980), de Walter Hill, Silverado (1985), de Lawrence Kasdan, Bailando con lobos (Dances With Wolves, 1990), de Kevin Costner, y Sin perdón (Unforgiven, 1992), de Clint Eastwood.
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